LA HUMILDAD CRISTIANA
Jorge Arévalo
La humildad es una actitud espiritual que brota del reconocimiento de la verdad del ser, ni más ni menos. El término significa en su acepción etimológica (“humus-tierra, sustrato vital”) en su dimensión espiritual pues significa tener bien puestos los pies sobre la realidad ontológica y existencial y a partir de allí abrazar una ética y un eje axiológico que en el caso del cristiano le viene de fuera, del Otro, del Absoluto, de Dios. Ser humilde no significa el desconocimiento del valer del hombre ni su infravaloración, tal cosa puede esconder más bien un orgullo patológico y va en contra de una sana espiritualidad. Ser humilde es conocer la propia identidad y asumir las consecuencias que esto implica.
Y cabría en este momento detenernos un poco a reflexionar sobre el misterio antropológico, ¿Quién es el hombre? ¿Adonde radica su explicación última? ¿Cuál es el sentido del ser y del existir humano? Desde luego que se puede abordar el misterio del hombre desde muchas perspectivas (Desde la filosofía, la antropología social, la biología, la psicología etc.), cada una con su aportación específica e irrenunciable en el quehacer por desvelar el misterio de ese ser paradójico y desafiante que es el hombre. Sin embargo, la perspectiva teológica o mejor aún, la antropo-teológica, es decir la identidad humana descifrada desde las categorías que aporta la revelación divina, es la única normativa para el creyente y por lo tanto de vital importancia en su profundización.
En primer lugar, hay que decir que según la Escritura, el hombre no es definible mediante conceptos reduccionistas, por el contrario, es un misterio siempre abierto a ulteriores profundizaciones. Y esto es así porque es un ser en devenir, siempre por realizarse en razón de que Dios le crea permanentemente y él se abre o se cierra a su influjo creador, que es siempre dinámico y transformador. Es por ello que la figura del “homo- viator”, del peregrino en permanente itinerancia hacia un plus de realización que nunca se alcanza del todo en la historia, es la mejor forma de hablar del hombre.
Ahora bien, este proceso de realización continua no se da en un encerramiento egoísta, en una dinámica entrópica y fagocitante que excluye la relación más allá de si misma. Más aún, es precisamente en la permanente salida de sí mismo que el hombre se encuentra y se descubre y abraza la única posibilidad de encontrar la plenitud que su corazón anhela desde siempre. El libro del Génesis nos pinta en imágenes tremendamente vívidas la perversión que el pecado ha introducido en el mundo relacional del hombre: La relación con Dios se ve dañada y la imagen divina se deforma en la percepción humana hasta convertirse en un terrible enemigo amenazante y envidioso, por lo cual el hombre se oculta y evita el encuentro con su creador. También la imagen del tú, del otro, aparece como amenazante y causa segunda de la desgracia, ya no se le reconoce como hermano ni como ayuda idónea sino como enemigo acérrimo, hasta el punto en que finalmente se le asesinará físicamente. Pero no para allí la degradación que el pecado ocasiona, también la percepción de sí mismo se ve pervertida y ahora ya no se acepta y se avergüenza y se desconoce. Y todavía el cosmos mismo le aparece como una realidad enemiga a la cual hay que arrancar el fruto de sus entrañas, llena de abrojos y cardos, una tierra estéril e impropia para la vida.
Es suma, el pecado ha introducido una disolución de la integridad ontológica y existencial del hombre que así se hace enemigo de Dios, de los demás, de sí mismo y de su entorno vital. Su identidad ha quedado dañada, ahora no conoce la verdad ni de si mismo ni de lo que es distinto de él.
Y esta sabiduría quedará vedada hasta los tiempos mesiánicos, en los que el Ungido de Yahvé rasgará los cielos y el velo de todos los templos humanos y el hombre podrá acceder confiadamente al trono del Santísimo precedido por el primogénito de entre los muertos, el primero de entre muchos hermanos. El Espíritu del resucitado es un don escatológico que rescata al hombre de su percepción mentirosa y le introduce en un estado ontológico y existencial de plenitud en su nudo relacional. Ahora Dios, en Cristo es descubierto como Padre bondadoso y fuente de vida plena. Ahora, desde Cristo, el otro se puede mirar como hermano y espacio fundamental para la consecución de mi total desarrollo en el proyecto creador que se llama Reino de Dios. Más aún, en Cristo se abre la posibilidad del descubrimiento de mi identidad más profunda: ¡Soy hijo de Dios y hermano de los otros!, y el cosmos entero es el lugar concreto en el que Dios me bendice y por ello resucitará conmigo y mis hermanos en el día de la consumación de la historia.
Así, Jesucristo es el shalom del hombre, la herramienta hermenéutica que permite descifrar el misterio del hombre y de Dios mismo, él es la única posibilidad de conocerse realmente y de conocer (en cuanto cognoscible por su criatura) a Dios. Y desde luego que esto causa en el hombre un vértigo atroz, porque finalmente quiere decir que el núcleo de su identidad no radica en sí mismo sino en Cristo y entonces, en Otro, en uno que por su naturaleza está más allá de toda manipulación egoísta, uno al que no se le puede echar el guante para que nos cumpla los caprichos, uno que es el Kyrios, el Señor. Resulta entonces que la actitud espiritual básica y distintiva del cristiano es la escucha, puesto que Dios es palabra, comunicación y ha constituido al hombre dialogante válido. Dios es don permanente y el hombre está llamado a ser receptor constante de ese don. En esto radica el éxito o el fracaso definitivo del hombre, pues éste es criatura (por más hijo que sea) en absoluta dependencia de su creador, ésta es su identidad y en la medida que lo acepta y asume gozosamente, entra en el terreno de la vida definitiva. Pero esta radical dependencia es descubierta no como una esclavitud impuesta o una sumisión patológica, sino como libertad sobrenatural que libera de las realidades opresoras y alienantes que le mantienen postrado e incapaz de hacer camino. Reconocerse criatura significa abrirse a la experiencia del vuelo místico y a sumergirse en un mundo lleno de cosas que jamás vio ojo humano ni escucho oído alguno. Reconocerse criatura significa extender la mano no para apropiarse despóticamente de lo que le corresponde, sino para recibir como indigente el don que le hará poseedor del más preciado tesoro ¡la filiación! Ser humilde es pues saberse criatura finita, radicalmente indigente y necesitada de la misericordia divina, pero también es saberse obsequiado por pura gratuidad con el aliento que le permite levantarse más allá de su polvo y penetrar en la esfera de lo divino. Es saber que por mi mismo nada puedo pero en Cristo todo lo puedo. Es saber que soy fracaso de continuo si me encorvo sobre mi mismo, pero soy triunfo definitivo si me yergo y levanto la mirada para posarla sobre el altísimo.
Y entonces, como lógica consecuencia que brota de la experiencia de la luz de Dios que ilumina mi entenebrecido entendimiento y me revela lo que soy y lo que es, entro en la categoría del servicio cristiano.
EL SERVICIO CRISTIANO
¿Qué es este servicio, en que consiste, como se logra? Podríamos decir que el servicio es el despliegue, la explicitación y concreción histórica de la experiencia reveladora de Dios que es asumida por el creyente como criterio rector de la vida. Ahora bien, dado que dicha experiencia es totalizadora, y por ello abarca todas las dimensiones de la vida humana, el servicio cristiano no se puede reducir al ámbito del culto litúrgico, o al de la asistencia a los pobres, enfermos o encarcelados etc. El servicio por ello mismo tiene ante todo una dimensión comunitaria, es la Iglesia en su conjunto la que está llamada a servir a Dios en el mundo, en el orden de la economía, de la política, de la cultura, de la religión etc. Como cuerpo místico de Cristo, la comunidad eclesial está ordenada a ser fermento que laude la masa, semilla que un día se transforme en árbol frondoso que acoja en sus ramas a todos los hombres, comunidad alternativa que sumerja al mundo en el océano infinito del amor trinitario.
Desde luego la asistencia que de manera individual se puede y debe prestar a los menos favorecidos es deseable y exigible a todos los hombres que se precien de llamarse tales, pero en el estricto sentido del término, dicha asistencia no se llama “servicio cristiano” pues éste comporta una dinámica comunitaria eclesial.
Nos serviremos de las sabias reflexiones del profesor Georges Auzou para profundizar en el concepto del servicio cristiano: “El verbo servir, así como sus derivados siervo y servicio, expresan la sumisión del sujeto a alguna obra que hay que realizar. Y expresan sobre todo, la sumisión del individuo a aquel que lo exige o a quien se le debe algo” acota Auzou en su espléndida obra “De la Servidumbre al Servicio”, estudio sobre el libro del Éxodo. Es así, que el servicio en clave cristiana es la expresión concreta de una comunidad que se somete a una obra que no es la suya pero que hay que realizar en virtud de la deuda con aquel que le ha salvado.
Y aquí hay muchos puntos por analizar: Uno solo se somete y se hace sumiso ante aquel al que se le reconoce potestad, autoridad indiscutible, la capacidad para conducirnos a buen puerto y mostrarnos los caminos que llevan a la vida y solo a este se le presta servicio, se acepta la condición de siervo. En el Nuevo Testamento, en los relatos de la pasión, Jesús es presentado como aquel que cumple las profecías del siervo doliente de Isaías y por lo tanto, él es el auténtico siervo de Dios y paradigma para todo aquel que quiera seguirlo. Más aún, él es según el Apocalipsis de san Juan, “el testigo digno de ser creído” y esto es así, porque antes que ser teoría, el Evangelio que es y que trae Jesús ha sido comprobado por él, lo ha hecho vida y por ello se le puede creer. El Nuevo Testamento también lo dirá de otra forma al afirmar que su sacerdocio es eterno porque él mismo se ha hecho víctima y ofrecedor del sacrificio y por lo tanto ha compartido la debilidad del humano, o en términos encarnacionistas, se ha hecho en todo semejante a los hombres menos en el pecado. De tal modo, que hacerse siervo de Jesucristo significa someterse a uno que triunfa y gobierna desde la cruz del Gólgota, la dimensión estaurológica (dimensión de la cruz) es inherente al servicio cristiano, a Cristo se le sirve exclusivamente desde las categorías que se revelan en la cruz.
¿Y cuales son esas categorías? Primero que nada, aclaremos que el acontecimiento de la crucifixión no puede desvincularse de su contexto histórico pues de ser así lo vaciaríamos de su auténtico significado. Cristo murió crucificado no por un designio tiránico y sádico del Padre sino por la oposición histórico de unos hombres bien concretos que le consideraron un auténtico peligro para la estabilidad del régimen político y religioso de su tiempo, para los cuales el reino de Dios y sus valores tal como los reveló Jesús con su palabra y su praxis era intolerable.
Jesús murió como un sedicioso (la cruz no era el castigo para los blasfemos, sino para los que atentaban contra la integridad y estabilidad del imperio romano) porque proclamó con dichos y obras la irrupción escatológica de Dios en la historia, el término del dominio de Satanás (encarnado en los poderes fácticos opresores y alienantes) y el inicio de un nuevo orden llamado Reino de Dios. Pero desde luego, Jesús no se opuso a conceptos abstractos sino a instituciones concretas: Templo, Sinagoga, Ley (mal entendida), y aún cuando no de manera explícita, desde luego que el mensaje que emite, debido a su manera de entender al nuevo hombre que surge del Espíritu, en forma implícita condena todo sistema político que arrebata al hombre su libertad y le arroja en los brazos del infantilismo y la irresponsabilidad. Jesús sueña con hombres libres y responsables que construyan juntos un orden más justo y equitativo.
La cruz es pues resultado de una praxis concreta a favor de los oprimidos y excluidos y en contra de las instituciones que causan dicha opresión y exclusión. Pero queda aún la pregunta ¿Con que armas lucho Jesús en su contra? Queda excluida toda forma de violencia beligerante, todo derramamiento de sangre para imponer cualquier ideología por santa que parezca. El Reino viene con el amor, la tolerancia, el sacrificio por el otro, la activa pero siempre pacífica resistencia del amor, las armas de las que habla Pablo: fe, esperanza y caridad. Los frutos del Espíritu: La mansedumbre, la benevolencia etc.
Es el camino del sacrificio, de la renuncia absoluta a toda imposición arbitraria (peor aún si viene disfrazada con olor a santidad ¡Cuántas atrocidades a lo largo de la historia de la Iglesia con tal de imponer un supuesto “Reino de Dios”!. El servicio cristiano es ante todo acción del Espíritu que mediante el cuerpo místico de Cristo (Iglesia) instaura Reino brotando de su costado siempre abierto, sangre (vida entregada en sacrificio) y agua (vida comunicada). El servicio cristiano no es acción altruista, es transformación mística y creación de nuevos mundos. Cada vez que un cristiano, en comunión con la Iglesia asiste a un enfermo, visita a un encarcelado o a un anciano, regala una sonrisa al odiado compañero de trabajo que pugna por quitarle el puesto, cada vez que ama más allá de su mezquino y raquítico amor para abrazar al amado que le ha traicionado y bañarlo con la gratuidad absoluta del delirante amor de Cristo, ¡está sirviendo a Dios, está construyendo Reino, está cristificando al mundo, está acelerando la Parusía, está consumando en Cristo la historia!
El servicio cristiano es asociarse a la cruz de Cristo para la redención del mundo. Es camino de hombres libres renacidos del Espíritu, es vida nueva que se expresa en la cotidianidad de la fatigosa existencia. Es el abandono de la crisálida para elevarse en un vuelo que remonta hasta las alturas ignotas de la vida divina.
Pero desde luego, esto es ante todo acción gratuita y misericordiosa de Dios, que ante el clamor del oprimido, se agacha y toca al hombre para liberarlo de las fiebres que le tienen postrado en la cama de la servidumbre y hacerle capaz de levantarse para meterlo en la dinámica de los hombres libres que viven para servir y sirven para vivir.
viernes, 7 de agosto de 2009
martes, 4 de agosto de 2009
Antropología Bíblica y Resurrección
El misterio de la persona ha sido y puede ser abordado (a) desde muy diversas dimensiones; filosófica, sociológica, biológica, psicológica, etc. Todas y cada una de ellas puede aportar diversos elementos que ayuden a esclarecer en la medida de lo posible la respuesta al eterno cuestionamiento sobre quien es el hombre.
Sin embargo, para el creyente la única respuesta con carácter de definitividad es la que se desprende del dato revelado, de la Biblia. Sin embargo, al intentar acercarnos a los textos bíblicos que abordan y desentrañan el misterio antropológico, nos encontramos con un serio problema; Esos textos fueron escritos desde una mentalidad y una forma de expresarse totalmente distintas a las de nosotros, hombres del siglo XXI. Desde luego que esto nos exige un esfuerzo adicional de penetración en una manera de entender e interpretar la realidad y su consecuente modo expresivo que a nosotros nos cuesta mucho trabajo entender y asimilar.
No obstante, no debemos desesperar, con paciencia y perseverancia es posible llegar a comprender esa mentalidad y descubrir así el maravilloso mensaje que la Palabra divina tiene para el aquí y el ahora de nuestra historia.
En conceptos como “cuerpo”, “alma”, “espíritu”, “carne”, “resurrección”, se hace por demás patente la dificultad de que hablamos y la urgente necesidad de entender esas palabras desde las categorías bíblicas y no desde las griegas (que son las nuestras y que son aquellas desde las cuales entendemos el mundo que nos rodea).
Trataré de explicar brevemente los conceptos antes mencionados sin entrar en demasiados detalles que solo enturbiarían la claridad y que realmente solo interesan a los eruditos especialistas.
1.-Cuerpo: Para nosotros, el hombre está constituido por un elemento incorpóreo, etéreo, invisible, al que llamamos alma/espíritu (y que es el elemento inmortal que sobrevive al morir) y otro elemento material, físico, visible al que llamamos cuerpo.
Para la mentalidad bíblica, EL HOMBRE ES UN SER UNITARIO E INDIVISIBLE tanto en la historia como en la meta-historia, o lo que es lo mismo mientras vive y cuando muere SIGUE INDIVISIBLE. Por lo tanto, NUNCA SE SEPARA UN ALMA DE UN CUERPO simple y sencillamente porque NO EXISTE un “alma” que pueda separarse de un “cuerpo”. La Biblia llama cuerpo al hombre en cuanto expresión histórica, en cuanto posibilidad de comunicación, de interacción con la realidad que le rodea. En este sentido el hombre no tiene un cuerpo, EL HOMBRE ES CUERPO siempre y cuando salga de sí mismo para impactar y transformar el mundo. Por lo tanto, se es cuerpo cuando se expresa sensiblemente un sentimiento, se es cuerpo cuando una idea o pensamiento se pone por escrito o se verbaliza para compartirlo con otros.
Así, por ejemplo, cuando decimos que en la Celebración Eucarística por la invocación del Espíritu Santo que el sacerdote hace sobre las especies del pan y del vino, éstas se transforman en “cuerpo” y “sangre” de Cristo, lo que queremos decir no es que se hagan presentes las moléculas que formaron el cuerpo físico de Jesús, sino que Cristo en cuanto presencia relacional y comunicante asume por completo las especies eucarísticas y así, en efecto está presente real, verdadera y sustancialmente.
2.- Alma; A lo dicho al principio del párrafo anterior sobre la indivisibilidad del hombre, agregaremos que “alma” quiere decir en el pensamiento bíblico, EL HOMBRE EN CUANTO SER ANIMADO, INSUFLADO POR EL ALIENTO DIVINO y por lo tanto necesitado de una vida que no le pertenece sino que le viene de otro, creatura ontológicamente apetente de esa vida “Mi alma tiene sed de ti…” no significa algo así como <>, sino <>.
3.-Espíritu; Aquí desde luego no hablamos del Espíritu Santo, sino del “espíritu humano” que una vez más, no es una parte inmortal e intangible del hombre, sino todo él en cuanto abierto a las mociones del Espíritu. Un hombre es “espíritu” si vive permanentemente atento y dócil a la conducción del Paráclito.
4.-Carne; En hebreo bíblico, significa el hombre en su dimensión de creatureidad cerrada sobre sí misma, asfixiada en sus propias categorías, egocéntrico y por lo tanto en cerrazón a los demás (así sobre todo en la teología de San Pablo). También puede significar simplemente pertenencia a un linaje o una especie (sea animal o humana).
5.- Resurrección; Sería una palabra que expresa un tipo de vida totalmente nuevo, inédito. No significa nunca revivificación de un cadáver que simplemente vuelve a la caducidad de la vida histórica. Estrictamente hablando, lo acontecido a Lázaro, o a la hija de Naín o a la viuda de Sarepta NO ES UNA RESURRECCIÓN. En la resurrección, es el hombre entero el que es llevado a la plenitud; Su ser relacional (cuerpo), su ser en apertura a lo trascendente (espíritu), su ser solidario con todo el género humano (carne) y su ser anhelante de vida definitiva (alma) serán transformadas y conducidas hacia una plenitud que escapa a nuestra comprensión pero que queda simbolizada y englobada en el término “resurrección”.
Por lo tanto, que quede bien claro: AL MORIR NO HAY UNA DISOCIACIÓN DE ELEMENTOS HUMANOS, NINGUNA SUPUESTA ALMA SE VA AL CIELO MIENTRAS EL CUERPO SE PUDRE (o se incinera, da lo mismo) ESPERANDO EN UN FUTURO SER SUJETO DE UNA ACCIÓN PORTENTOSA DE DIOS QUE EN UN IMPASE MÁGICO REUNIRÁ NUEVAMENTE LO QUE LA MUERTE CRUELMENTE UN DÍA SEPARÓ.
Es verdad que la Iglesia habla de juicio personal inmediato a la muerte (y por lo tanto de una resurrección inmediata) y de un juicio universal en el final de los tiempos (y por lo tanto de una resurrección final), pero no debemos entender esto como si la Iglesia enseñara dogmáticamente que en la muerte hay una especie de “medio resurrección” que solo atañe al alma y de una “resurrección total” que se daría cuando cuerpo y alma se reúnan finalmente. Más bien quiere decir que siendo el hombre un ser DEFINITIVA E IRRENUNCIABLEMENTE CARNAL (solidario indefectible con su género), LA RESURRECCIÓN CONOCE DOS “MOMENTOS” (desde el punto de vista de la temporalidad humana) En el momento de la muerte personal ya se entra en la única resurrección, pero esta no será plena hasta que “Dios sea todo en todas las cosas” y la comunión entre todos los hombres y con el cosmos sea lograda por Dios.
Sin embargo, para el creyente la única respuesta con carácter de definitividad es la que se desprende del dato revelado, de la Biblia. Sin embargo, al intentar acercarnos a los textos bíblicos que abordan y desentrañan el misterio antropológico, nos encontramos con un serio problema; Esos textos fueron escritos desde una mentalidad y una forma de expresarse totalmente distintas a las de nosotros, hombres del siglo XXI. Desde luego que esto nos exige un esfuerzo adicional de penetración en una manera de entender e interpretar la realidad y su consecuente modo expresivo que a nosotros nos cuesta mucho trabajo entender y asimilar.
No obstante, no debemos desesperar, con paciencia y perseverancia es posible llegar a comprender esa mentalidad y descubrir así el maravilloso mensaje que la Palabra divina tiene para el aquí y el ahora de nuestra historia.
En conceptos como “cuerpo”, “alma”, “espíritu”, “carne”, “resurrección”, se hace por demás patente la dificultad de que hablamos y la urgente necesidad de entender esas palabras desde las categorías bíblicas y no desde las griegas (que son las nuestras y que son aquellas desde las cuales entendemos el mundo que nos rodea).
Trataré de explicar brevemente los conceptos antes mencionados sin entrar en demasiados detalles que solo enturbiarían la claridad y que realmente solo interesan a los eruditos especialistas.
1.-Cuerpo: Para nosotros, el hombre está constituido por un elemento incorpóreo, etéreo, invisible, al que llamamos alma/espíritu (y que es el elemento inmortal que sobrevive al morir) y otro elemento material, físico, visible al que llamamos cuerpo.
Para la mentalidad bíblica, EL HOMBRE ES UN SER UNITARIO E INDIVISIBLE tanto en la historia como en la meta-historia, o lo que es lo mismo mientras vive y cuando muere SIGUE INDIVISIBLE. Por lo tanto, NUNCA SE SEPARA UN ALMA DE UN CUERPO simple y sencillamente porque NO EXISTE un “alma” que pueda separarse de un “cuerpo”. La Biblia llama cuerpo al hombre en cuanto expresión histórica, en cuanto posibilidad de comunicación, de interacción con la realidad que le rodea. En este sentido el hombre no tiene un cuerpo, EL HOMBRE ES CUERPO siempre y cuando salga de sí mismo para impactar y transformar el mundo. Por lo tanto, se es cuerpo cuando se expresa sensiblemente un sentimiento, se es cuerpo cuando una idea o pensamiento se pone por escrito o se verbaliza para compartirlo con otros.
Así, por ejemplo, cuando decimos que en la Celebración Eucarística por la invocación del Espíritu Santo que el sacerdote hace sobre las especies del pan y del vino, éstas se transforman en “cuerpo” y “sangre” de Cristo, lo que queremos decir no es que se hagan presentes las moléculas que formaron el cuerpo físico de Jesús, sino que Cristo en cuanto presencia relacional y comunicante asume por completo las especies eucarísticas y así, en efecto está presente real, verdadera y sustancialmente.
2.- Alma; A lo dicho al principio del párrafo anterior sobre la indivisibilidad del hombre, agregaremos que “alma” quiere decir en el pensamiento bíblico, EL HOMBRE EN CUANTO SER ANIMADO, INSUFLADO POR EL ALIENTO DIVINO y por lo tanto necesitado de una vida que no le pertenece sino que le viene de otro, creatura ontológicamente apetente de esa vida “Mi alma tiene sed de ti…” no significa algo así como <
3.-Espíritu; Aquí desde luego no hablamos del Espíritu Santo, sino del “espíritu humano” que una vez más, no es una parte inmortal e intangible del hombre, sino todo él en cuanto abierto a las mociones del Espíritu. Un hombre es “espíritu” si vive permanentemente atento y dócil a la conducción del Paráclito.
4.-Carne; En hebreo bíblico, significa el hombre en su dimensión de creatureidad cerrada sobre sí misma, asfixiada en sus propias categorías, egocéntrico y por lo tanto en cerrazón a los demás (así sobre todo en la teología de San Pablo). También puede significar simplemente pertenencia a un linaje o una especie (sea animal o humana).
5.- Resurrección; Sería una palabra que expresa un tipo de vida totalmente nuevo, inédito. No significa nunca revivificación de un cadáver que simplemente vuelve a la caducidad de la vida histórica. Estrictamente hablando, lo acontecido a Lázaro, o a la hija de Naín o a la viuda de Sarepta NO ES UNA RESURRECCIÓN. En la resurrección, es el hombre entero el que es llevado a la plenitud; Su ser relacional (cuerpo), su ser en apertura a lo trascendente (espíritu), su ser solidario con todo el género humano (carne) y su ser anhelante de vida definitiva (alma) serán transformadas y conducidas hacia una plenitud que escapa a nuestra comprensión pero que queda simbolizada y englobada en el término “resurrección”.
Por lo tanto, que quede bien claro: AL MORIR NO HAY UNA DISOCIACIÓN DE ELEMENTOS HUMANOS, NINGUNA SUPUESTA ALMA SE VA AL CIELO MIENTRAS EL CUERPO SE PUDRE (o se incinera, da lo mismo) ESPERANDO EN UN FUTURO SER SUJETO DE UNA ACCIÓN PORTENTOSA DE DIOS QUE EN UN IMPASE MÁGICO REUNIRÁ NUEVAMENTE LO QUE LA MUERTE CRUELMENTE UN DÍA SEPARÓ.
Es verdad que la Iglesia habla de juicio personal inmediato a la muerte (y por lo tanto de una resurrección inmediata) y de un juicio universal en el final de los tiempos (y por lo tanto de una resurrección final), pero no debemos entender esto como si la Iglesia enseñara dogmáticamente que en la muerte hay una especie de “medio resurrección” que solo atañe al alma y de una “resurrección total” que se daría cuando cuerpo y alma se reúnan finalmente. Más bien quiere decir que siendo el hombre un ser DEFINITIVA E IRRENUNCIABLEMENTE CARNAL (solidario indefectible con su género), LA RESURRECCIÓN CONOCE DOS “MOMENTOS” (desde el punto de vista de la temporalidad humana) En el momento de la muerte personal ya se entra en la única resurrección, pero esta no será plena hasta que “Dios sea todo en todas las cosas” y la comunión entre todos los hombres y con el cosmos sea lograda por Dios.
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