jueves, 5 de noviembre de 2009
El Hombre en busca de Dios
Los satisfactores de las necesidades básicas (alimento, cobijo, sustento económico, vestido) una vez logrados, no son suficientes para llenar el anhelo profundo del corazón humano. Éste siempre quiere más y entonces busca ese más de muchas formas y por muchos caminos; Uno de los más comunes es la avaricia, el ansia enfermiza de poseer más y más, ya sea bienes materiales, el poder de sentirse autosuficiente, el poder de manipular a las personas al antojo y capricho etc. Pero llega un momento en que se topa con una cruda realidad; ¡ Ni todo el dinero, ni todo el poder, ni toda la belleza física o el prestigio social logran satisfacer los profundos anhelos de trascendencia que pulsionan su ser!
Aquí es donde el hombre corre el riesgo de perder el camino hacia la felicidad y encontrarse sumergido en los profundos abismos del vicio, la depravación y el sinsentido de la vida.
Y es que si en la mente y corazón del hombre no existe otro horizonte que lo ilumine, ¿ Hacia dónde volver la mirada?, ¡ Si no existe otra realidad que el sinsentido de la avaricia, pues comamos y bebamos, que mañana moriremos!
Este es el hombre que se pierde en las drogas, en las francachelas con los amigos y gasta allí lo que corresponde a sus hijos y mujer, en el juego y las apuestas, que desgasta su vida y esfuerzo en la superficialidad intranscendente del hedonismo o ultranza.
Y es el que ha tomado el camino equivocado en busca de la felicidad y la paz para lo que es llamado desde el fondo de su ser.
¡ El hombre tiene un vacío con la “forma” y “tamaño” de Dios y sólo puede ser llamado con la persona de Él ¡
Ni la embriaguez del alcohol, ni los placeres desordenados y absolutizados como fin en sí mismos, ni los tóxicos, ni ninguna realidad creada puede satisfacer el hambre de trascendencia y absoluto siempre viva y latente en el hombre.
¡La Biblia, mediante los profetas de Dios siempre ha sido sensible a este drama humano!
“....Se fueron tras vaciedades y se han quedado vacíos” , el hombre que cree satisfacer sus necesidades de Dios en la entrega del corazón a cualquier otra realidad que no sea Dios, al final encontrará que está vacío, insatisfecho y fracasado en su búsqueda de plenitud.
Habrá prostituido su naturaleza y vocación para la que ha sido creado, cuando Dios, con inefable amor y ternura pronunció el nombre amado y pensado desde toda la eternidad y dio vida a todos y cada uno de los hombres y desde entonces, los ama con toda su potencia, y por lo mismo quiere que sean libres y responsables, felices y alegres, comprometidos y solidarios con los más débiles y desposeídos por la sociedad.
Según Dios, solo así es posible encontrarse con él y por lo tanto encontrarse con uno mismo, descubrir la identidad más profunda, el sentido de la vida y la creación, la maravilla de la presencia de los otros, que así aparecen como hermanos y don inédito para el encuentro.
Otro ámbito de búsqueda hacia la plenitud, es desde luego el religioso. Los seres humanos, como colectividad, desde las épocas más remotas se han topado con realidades a las que no pueden dar explicación mediante la ciencia y la sola razón y de algún modo, estas realidades le han permitido intuir una realidad distinta, trascendente, que apela necesariamente a capacidades distintas a la mera razón; capacidades tales como la estética (captación intuitiva de lo bello), la simbólica (capacidad intuitiva no racional de descubrir la presencia de lo trascendente en lo inmanente) etc.
Y entonces, el hombre primitivo al enfrentarse a fuerzas naturales como el relámpago, la lluvia, las erupciones volcánicas etc. Y al no conocer nada de dichos fenómenos, tiende a divinizarlos, surgiendo las llamadas religiones naturales.
Descubre también en algunos animales como el león, el águila, la serpiente, el oso, el lobo etc. Ciertas características de comportamientos ó físicos, que le remiten a lo trascendente y entonces diviniza dichos animales. Para relacionarse con esas fuerzas que le superan, surge el culto a las divinidades mediante sacrificios y ritos llevados a cabo por los brujos o chamanes y con lo que pretende granjearse el favor y el beneplácito de las divinidades para garantizar el bienestar de la tribu.
Poco a poco se van elaborando diversos sistemas teológicos y religiosos cada vez más complicados a medida que la cultura y sociedad evolucionan hacia formas civilizadas.
De tal manera, que civilización y religión se desarrollan paralelamente hasta alcanzar su cúlmen; Tal ha sido la historia de naciones tales como Egipto, Asiria, Babilonia, el imperio persa y romano etc.
Pero siempre ha ocurrido un fenómeno común a todas las religiones (excepto la judía y después la cristiana e islámica); Al llegar a su punto más alto de desarrollo y debido principalmente a que toda nación poderosa se vuelve dominante e invasora y con ello asume culturas diversas a la suya, los conceptos y rituales religiosos se contaminan y a la larga acaban desapareciendo y dejando en su lugar una nueva religiosidad que conoce los mismos procesos históricos y sociológicos que su predecesora, y así sucesivamente. Sin embargo, y lo que en nuestras reflexiones importa, es que la dimensión religiosa del hombre siempre ha estado presente en su historia, y constituye una manera natural, inherente a la naturaleza humana de buscar a Dios.
Desde luego, el aspecto racional del hombre también ha jugado un papel harto importante en la búsqueda humana hacia la plenitud de lo trascendente.
Es el hombre el único ser sobre la faz de la tierra que es capaz de reflexionar acerca de las grandes interrogantes de la vida; ¿Quién soy? , ¿Cuál es mi destino?, ¿De dónde vengo?, ¿Cuál es el sentido de mi existencia?. Es el único que se deja interpelar por la presencia de otros, que aparecen ante sus ojos como distintos y entonces la alteridad constituye siempre el gran dilema, el misterio perenne que le desafía y le impele a la reflexión sobre sí mismo y sobre el resto de la realidad.
Surge entonces la reflexión filosófica, que se pregunta e indaga sobre el fundamento último de las cosas a partir de la razón y teniendo como límite la razón misma. Es un intento por desvelar los grandes misterios de la vida humana y sus avatares.
Se pretende iluminar los misterios, dar razón de ellos y promover acciones para, a partir de la razón, encontrar finalmente la felicidad humana. Surgen en la época del esplendor griego los grandes sistemas filosóficos con Sócrates, Platón, Séneca etc.
Desde luego también en oriente se desarrollan grandes pensadores como Confucio, Lao-tse etc.
Todos ellos con grandes aportaciones que han permitido esclarecer, iluminar y ampliar los horizontes de comprensión de la realidad en el ámbito de lo racional.
También en la modernidad la reflexión filosófica ha estado presente con Carl Marx, Ernst Bloch, E. Levinas. E. Kant, Pascal etc.
Prácticamente todas las épocas y civilizaciones han surgido corrientes filosóficas que han aportado luz a la comprensión racional del mundo y el cosmos.
También el conocimiento científico tiene su lugar en la eterna búsqueda humana; la biología, la antropología, la física, la química, la psicología etc. Tienen su particular palabra y luz para inteligir el misterio. Sin embargo, como toda herramienta humana, también este camino es ambiguo y por lo mismo fácilmente utilizable no para crecimiento y desarrollo humano, sino para someter y explorar, a favor de unos cuantos, a muchísimos hombres.
La ciencia, concretada en técnica tanto puede servir para aliviar las necesidades y sufrimientos, como para cometer verdaderos genocidio disfrazados de” lucha por la paz y la libertad.”
En este ámbito, se observan verdaderas paradojas: por una parte, el hombre lucha por abatir la enfermedad y la muerte mediante los avances médicos, y por otro lado invierte millones de dólares en programas militares para desarrollar armamentos bélicos ultra destructivos con los que se matan millones de seres humanos. ¡Y pensar que con una mínima parte del presupuesto para armamentos se podría calmar el hambre de tantísimos hermanos en todo el mundo! En nuestra época, mas que en ninguna otra, el crecimiento científico y tecnológico ha superado con mucho el desarrollo espiritual del hombre.
Los que detentan el poder y la capacidad para poner el conocimiento científico al servicio del hombre, no parecen tener un código ético y moral que sirva para poner al alcance de la mayoría los beneficios científicos.
Mas bien, parece que se empeñan en una carrera frenética hacia la destrucción, no sólo de aquellos a los que oprimen, sino inclusive de ellos mismos.
Aquello que se supone ayuda al hombre para alcanzar niveles de vida más óptimos, sirve realmente para destruir el hábitat natural, y más tarde que temprano, la vida humana.
Podemos observar con claridad, que por ejemplo, la medicina altamente avanzada, se reserva para unos cuantos privilegiados por el sistema (aquellos que pertenecen a las elites económicamente pudientes) y la medicina estatal carece inclusive de los medicamentos básicos.
La energía nuclear es usada en la mayor parte de los casos para crear armas mortales capaces de erradicar la vida en amplias zonas geográficas e inclusive de todo el planeta,
Parece un panorama desalentador, sombrío, caótico, insoluble. A decir verdad, no parece que el hombre en ninguna época histórica haya logrado la tan anhelada felicidad.
La humanidad aparece a lo largo de su historia como profundamente contradictoria; Por un lado busca desesperadamente trascender, superar lo inmediato a sus sentidos, existe algo en su naturaleza que le pulsiona hacia un plus existencial, hacia algo que le supera, que esta más allá de lo que puede alcanzar con sus propias fuerzas, ese algo a lo que las religiones llaman Dios.
Por otro lado, en esa búsqueda, el hombre se topa con la realidad de su fracaso, de su insuficiencia, su ambigüedad, su capacidad para lograr de una vez y para siempre la felicidad y la paz anhelada
Cuantas veces traiciona los proyectos abrazados al principio con fe y esperanza y termina por abandonarlos o los convierte en realidades de muerte sin sentido.
Así, el hombre es un ser ambivalente; pulsionado hacia la trascendencia y limitado e incapaz para alcanzar dicha trascendencia.
Se descubre hecho para la vida, pero al final siempre se topa con la muerte. Es feliz cuando ama, pero sin embargo traiciona y es infiel.
Anhela la vida, pero teme vivir, huye de la muerte pero le rinde culto construyendo estructuras sociales que oprimen y matan.
¿Es este aparente absurdo existencial el único camino que le depara la vida al hombre?. ¿Está condenado a nunca alcanzar lo que tan profundamente anhela?.
Como creyentes en un Dios que no sólo es trascendencia pura, sino ser personal y amoroso para con su creación, creemos firmemente que no, creemos que el hombre ha sido llamado a la trascendencia precisamente porque le es dada la capacidad de abrazar dicha trascendencia.
Pero si ni la posesión de objetos y bienes materiales, ni la ciencia, ni la especulación racional, ni la mera intuición de lo absoluto contienen en sí mismos lo que el hombre busca, es decir, si la sola capacidad humana no basta para satisfacer su anhelo, ¿Cuál es el camino?, ¿Qué le falta al hombre para alcanzar su paz?.
Esperamos que las reflexiones ulteriores esclarezcan el panorama.
viernes, 7 de agosto de 2009
La Humildad y el Servicio
Jorge Arévalo
La humildad es una actitud espiritual que brota del reconocimiento de la verdad del ser, ni más ni menos. El término significa en su acepción etimológica (“humus-tierra, sustrato vital”) en su dimensión espiritual pues significa tener bien puestos los pies sobre la realidad ontológica y existencial y a partir de allí abrazar una ética y un eje axiológico que en el caso del cristiano le viene de fuera, del Otro, del Absoluto, de Dios. Ser humilde no significa el desconocimiento del valer del hombre ni su infravaloración, tal cosa puede esconder más bien un orgullo patológico y va en contra de una sana espiritualidad. Ser humilde es conocer la propia identidad y asumir las consecuencias que esto implica.
Y cabría en este momento detenernos un poco a reflexionar sobre el misterio antropológico, ¿Quién es el hombre? ¿Adonde radica su explicación última? ¿Cuál es el sentido del ser y del existir humano? Desde luego que se puede abordar el misterio del hombre desde muchas perspectivas (Desde la filosofía, la antropología social, la biología, la psicología etc.), cada una con su aportación específica e irrenunciable en el quehacer por desvelar el misterio de ese ser paradójico y desafiante que es el hombre. Sin embargo, la perspectiva teológica o mejor aún, la antropo-teológica, es decir la identidad humana descifrada desde las categorías que aporta la revelación divina, es la única normativa para el creyente y por lo tanto de vital importancia en su profundización.
En primer lugar, hay que decir que según la Escritura, el hombre no es definible mediante conceptos reduccionistas, por el contrario, es un misterio siempre abierto a ulteriores profundizaciones. Y esto es así porque es un ser en devenir, siempre por realizarse en razón de que Dios le crea permanentemente y él se abre o se cierra a su influjo creador, que es siempre dinámico y transformador. Es por ello que la figura del “homo- viator”, del peregrino en permanente itinerancia hacia un plus de realización que nunca se alcanza del todo en la historia, es la mejor forma de hablar del hombre.
Ahora bien, este proceso de realización continua no se da en un encerramiento egoísta, en una dinámica entrópica y fagocitante que excluye la relación más allá de si misma. Más aún, es precisamente en la permanente salida de sí mismo que el hombre se encuentra y se descubre y abraza la única posibilidad de encontrar la plenitud que su corazón anhela desde siempre. El libro del Génesis nos pinta en imágenes tremendamente vívidas la perversión que el pecado ha introducido en el mundo relacional del hombre: La relación con Dios se ve dañada y la imagen divina se deforma en la percepción humana hasta convertirse en un terrible enemigo amenazante y envidioso, por lo cual el hombre se oculta y evita el encuentro con su creador. También la imagen del tú, del otro, aparece como amenazante y causa segunda de la desgracia, ya no se le reconoce como hermano ni como ayuda idónea sino como enemigo acérrimo, hasta el punto en que finalmente se le asesinará físicamente. Pero no para allí la degradación que el pecado ocasiona, también la percepción de sí mismo se ve pervertida y ahora ya no se acepta y se avergüenza y se desconoce. Y todavía el cosmos mismo le aparece como una realidad enemiga a la cual hay que arrancar el fruto de sus entrañas, llena de abrojos y cardos, una tierra estéril e impropia para la vida.
Es suma, el pecado ha introducido una disolución de la integridad ontológica y existencial del hombre que así se hace enemigo de Dios, de los demás, de sí mismo y de su entorno vital. Su identidad ha quedado dañada, ahora no conoce la verdad ni de si mismo ni de lo que es distinto de él.
Y esta sabiduría quedará vedada hasta los tiempos mesiánicos, en los que el Ungido de Yahvé rasgará los cielos y el velo de todos los templos humanos y el hombre podrá acceder confiadamente al trono del Santísimo precedido por el primogénito de entre los muertos, el primero de entre muchos hermanos. El Espíritu del resucitado es un don escatológico que rescata al hombre de su percepción mentirosa y le introduce en un estado ontológico y existencial de plenitud en su nudo relacional. Ahora Dios, en Cristo es descubierto como Padre bondadoso y fuente de vida plena. Ahora, desde Cristo, el otro se puede mirar como hermano y espacio fundamental para la consecución de mi total desarrollo en el proyecto creador que se llama Reino de Dios. Más aún, en Cristo se abre la posibilidad del descubrimiento de mi identidad más profunda: ¡Soy hijo de Dios y hermano de los otros!, y el cosmos entero es el lugar concreto en el que Dios me bendice y por ello resucitará conmigo y mis hermanos en el día de la consumación de la historia.
Así, Jesucristo es el shalom del hombre, la herramienta hermenéutica que permite descifrar el misterio del hombre y de Dios mismo, él es la única posibilidad de conocerse realmente y de conocer (en cuanto cognoscible por su criatura) a Dios. Y desde luego que esto causa en el hombre un vértigo atroz, porque finalmente quiere decir que el núcleo de su identidad no radica en sí mismo sino en Cristo y entonces, en Otro, en uno que por su naturaleza está más allá de toda manipulación egoísta, uno al que no se le puede echar el guante para que nos cumpla los caprichos, uno que es el Kyrios, el Señor. Resulta entonces que la actitud espiritual básica y distintiva del cristiano es la escucha, puesto que Dios es palabra, comunicación y ha constituido al hombre dialogante válido. Dios es don permanente y el hombre está llamado a ser receptor constante de ese don. En esto radica el éxito o el fracaso definitivo del hombre, pues éste es criatura (por más hijo que sea) en absoluta dependencia de su creador, ésta es su identidad y en la medida que lo acepta y asume gozosamente, entra en el terreno de la vida definitiva. Pero esta radical dependencia es descubierta no como una esclavitud impuesta o una sumisión patológica, sino como libertad sobrenatural que libera de las realidades opresoras y alienantes que le mantienen postrado e incapaz de hacer camino. Reconocerse criatura significa abrirse a la experiencia del vuelo místico y a sumergirse en un mundo lleno de cosas que jamás vio ojo humano ni escucho oído alguno. Reconocerse criatura significa extender la mano no para apropiarse despóticamente de lo que le corresponde, sino para recibir como indigente el don que le hará poseedor del más preciado tesoro ¡la filiación! Ser humilde es pues saberse criatura finita, radicalmente indigente y necesitada de la misericordia divina, pero también es saberse obsequiado por pura gratuidad con el aliento que le permite levantarse más allá de su polvo y penetrar en la esfera de lo divino. Es saber que por mi mismo nada puedo pero en Cristo todo lo puedo. Es saber que soy fracaso de continuo si me encorvo sobre mi mismo, pero soy triunfo definitivo si me yergo y levanto la mirada para posarla sobre el altísimo.
Y entonces, como lógica consecuencia que brota de la experiencia de la luz de Dios que ilumina mi entenebrecido entendimiento y me revela lo que soy y lo que es, entro en la categoría del servicio cristiano.
EL SERVICIO CRISTIANO
¿Qué es este servicio, en que consiste, como se logra? Podríamos decir que el servicio es el despliegue, la explicitación y concreción histórica de la experiencia reveladora de Dios que es asumida por el creyente como criterio rector de la vida. Ahora bien, dado que dicha experiencia es totalizadora, y por ello abarca todas las dimensiones de la vida humana, el servicio cristiano no se puede reducir al ámbito del culto litúrgico, o al de la asistencia a los pobres, enfermos o encarcelados etc. El servicio por ello mismo tiene ante todo una dimensión comunitaria, es la Iglesia en su conjunto la que está llamada a servir a Dios en el mundo, en el orden de la economía, de la política, de la cultura, de la religión etc. Como cuerpo místico de Cristo, la comunidad eclesial está ordenada a ser fermento que laude la masa, semilla que un día se transforme en árbol frondoso que acoja en sus ramas a todos los hombres, comunidad alternativa que sumerja al mundo en el océano infinito del amor trinitario.
Desde luego la asistencia que de manera individual se puede y debe prestar a los menos favorecidos es deseable y exigible a todos los hombres que se precien de llamarse tales, pero en el estricto sentido del término, dicha asistencia no se llama “servicio cristiano” pues éste comporta una dinámica comunitaria eclesial.
Nos serviremos de las sabias reflexiones del profesor Georges Auzou para profundizar en el concepto del servicio cristiano: “El verbo servir, así como sus derivados siervo y servicio, expresan la sumisión del sujeto a alguna obra que hay que realizar. Y expresan sobre todo, la sumisión del individuo a aquel que lo exige o a quien se le debe algo” acota Auzou en su espléndida obra “De la Servidumbre al Servicio”, estudio sobre el libro del Éxodo. Es así, que el servicio en clave cristiana es la expresión concreta de una comunidad que se somete a una obra que no es la suya pero que hay que realizar en virtud de la deuda con aquel que le ha salvado.
Y aquí hay muchos puntos por analizar: Uno solo se somete y se hace sumiso ante aquel al que se le reconoce potestad, autoridad indiscutible, la capacidad para conducirnos a buen puerto y mostrarnos los caminos que llevan a la vida y solo a este se le presta servicio, se acepta la condición de siervo. En el Nuevo Testamento, en los relatos de la pasión, Jesús es presentado como aquel que cumple las profecías del siervo doliente de Isaías y por lo tanto, él es el auténtico siervo de Dios y paradigma para todo aquel que quiera seguirlo. Más aún, él es según el Apocalipsis de san Juan, “el testigo digno de ser creído” y esto es así, porque antes que ser teoría, el Evangelio que es y que trae Jesús ha sido comprobado por él, lo ha hecho vida y por ello se le puede creer. El Nuevo Testamento también lo dirá de otra forma al afirmar que su sacerdocio es eterno porque él mismo se ha hecho víctima y ofrecedor del sacrificio y por lo tanto ha compartido la debilidad del humano, o en términos encarnacionistas, se ha hecho en todo semejante a los hombres menos en el pecado. De tal modo, que hacerse siervo de Jesucristo significa someterse a uno que triunfa y gobierna desde la cruz del Gólgota, la dimensión estaurológica (dimensión de la cruz) es inherente al servicio cristiano, a Cristo se le sirve exclusivamente desde las categorías que se revelan en la cruz.
¿Y cuales son esas categorías? Primero que nada, aclaremos que el acontecimiento de la crucifixión no puede desvincularse de su contexto histórico pues de ser así lo vaciaríamos de su auténtico significado. Cristo murió crucificado no por un designio tiránico y sádico del Padre sino por la oposición histórico de unos hombres bien concretos que le consideraron un auténtico peligro para la estabilidad del régimen político y religioso de su tiempo, para los cuales el reino de Dios y sus valores tal como los reveló Jesús con su palabra y su praxis era intolerable.
Jesús murió como un sedicioso (la cruz no era el castigo para los blasfemos, sino para los que atentaban contra la integridad y estabilidad del imperio romano) porque proclamó con dichos y obras la irrupción escatológica de Dios en la historia, el término del dominio de Satanás (encarnado en los poderes fácticos opresores y alienantes) y el inicio de un nuevo orden llamado Reino de Dios. Pero desde luego, Jesús no se opuso a conceptos abstractos sino a instituciones concretas: Templo, Sinagoga, Ley (mal entendida), y aún cuando no de manera explícita, desde luego que el mensaje que emite, debido a su manera de entender al nuevo hombre que surge del Espíritu, en forma implícita condena todo sistema político que arrebata al hombre su libertad y le arroja en los brazos del infantilismo y la irresponsabilidad. Jesús sueña con hombres libres y responsables que construyan juntos un orden más justo y equitativo.
La cruz es pues resultado de una praxis concreta a favor de los oprimidos y excluidos y en contra de las instituciones que causan dicha opresión y exclusión. Pero queda aún la pregunta ¿Con que armas lucho Jesús en su contra? Queda excluida toda forma de violencia beligerante, todo derramamiento de sangre para imponer cualquier ideología por santa que parezca. El Reino viene con el amor, la tolerancia, el sacrificio por el otro, la activa pero siempre pacífica resistencia del amor, las armas de las que habla Pablo: fe, esperanza y caridad. Los frutos del Espíritu: La mansedumbre, la benevolencia etc.
Es el camino del sacrificio, de la renuncia absoluta a toda imposición arbitraria (peor aún si viene disfrazada con olor a santidad ¡Cuántas atrocidades a lo largo de la historia de la Iglesia con tal de imponer un supuesto “Reino de Dios”!. El servicio cristiano es ante todo acción del Espíritu que mediante el cuerpo místico de Cristo (Iglesia) instaura Reino brotando de su costado siempre abierto, sangre (vida entregada en sacrificio) y agua (vida comunicada). El servicio cristiano no es acción altruista, es transformación mística y creación de nuevos mundos. Cada vez que un cristiano, en comunión con la Iglesia asiste a un enfermo, visita a un encarcelado o a un anciano, regala una sonrisa al odiado compañero de trabajo que pugna por quitarle el puesto, cada vez que ama más allá de su mezquino y raquítico amor para abrazar al amado que le ha traicionado y bañarlo con la gratuidad absoluta del delirante amor de Cristo, ¡está sirviendo a Dios, está construyendo Reino, está cristificando al mundo, está acelerando la Parusía, está consumando en Cristo la historia!
El servicio cristiano es asociarse a la cruz de Cristo para la redención del mundo. Es camino de hombres libres renacidos del Espíritu, es vida nueva que se expresa en la cotidianidad de la fatigosa existencia. Es el abandono de la crisálida para elevarse en un vuelo que remonta hasta las alturas ignotas de la vida divina.
Pero desde luego, esto es ante todo acción gratuita y misericordiosa de Dios, que ante el clamor del oprimido, se agacha y toca al hombre para liberarlo de las fiebres que le tienen postrado en la cama de la servidumbre y hacerle capaz de levantarse para meterlo en la dinámica de los hombres libres que viven para servir y sirven para vivir.
martes, 4 de agosto de 2009
Antropología Bíblica y Resurrección
Sin embargo, para el creyente la única respuesta con carácter de definitividad es la que se desprende del dato revelado, de la Biblia. Sin embargo, al intentar acercarnos a los textos bíblicos que abordan y desentrañan el misterio antropológico, nos encontramos con un serio problema; Esos textos fueron escritos desde una mentalidad y una forma de expresarse totalmente distintas a las de nosotros, hombres del siglo XXI. Desde luego que esto nos exige un esfuerzo adicional de penetración en una manera de entender e interpretar la realidad y su consecuente modo expresivo que a nosotros nos cuesta mucho trabajo entender y asimilar.
No obstante, no debemos desesperar, con paciencia y perseverancia es posible llegar a comprender esa mentalidad y descubrir así el maravilloso mensaje que la Palabra divina tiene para el aquí y el ahora de nuestra historia.
En conceptos como “cuerpo”, “alma”, “espíritu”, “carne”, “resurrección”, se hace por demás patente la dificultad de que hablamos y la urgente necesidad de entender esas palabras desde las categorías bíblicas y no desde las griegas (que son las nuestras y que son aquellas desde las cuales entendemos el mundo que nos rodea).
Trataré de explicar brevemente los conceptos antes mencionados sin entrar en demasiados detalles que solo enturbiarían la claridad y que realmente solo interesan a los eruditos especialistas.
1.-Cuerpo: Para nosotros, el hombre está constituido por un elemento incorpóreo, etéreo, invisible, al que llamamos alma/espíritu (y que es el elemento inmortal que sobrevive al morir) y otro elemento material, físico, visible al que llamamos cuerpo.
Para la mentalidad bíblica, EL HOMBRE ES UN SER UNITARIO E INDIVISIBLE tanto en la historia como en la meta-historia, o lo que es lo mismo mientras vive y cuando muere SIGUE INDIVISIBLE. Por lo tanto, NUNCA SE SEPARA UN ALMA DE UN CUERPO simple y sencillamente porque NO EXISTE un “alma” que pueda separarse de un “cuerpo”. La Biblia llama cuerpo al hombre en cuanto expresión histórica, en cuanto posibilidad de comunicación, de interacción con la realidad que le rodea. En este sentido el hombre no tiene un cuerpo, EL HOMBRE ES CUERPO siempre y cuando salga de sí mismo para impactar y transformar el mundo. Por lo tanto, se es cuerpo cuando se expresa sensiblemente un sentimiento, se es cuerpo cuando una idea o pensamiento se pone por escrito o se verbaliza para compartirlo con otros.
Así, por ejemplo, cuando decimos que en la Celebración Eucarística por la invocación del Espíritu Santo que el sacerdote hace sobre las especies del pan y del vino, éstas se transforman en “cuerpo” y “sangre” de Cristo, lo que queremos decir no es que se hagan presentes las moléculas que formaron el cuerpo físico de Jesús, sino que Cristo en cuanto presencia relacional y comunicante asume por completo las especies eucarísticas y así, en efecto está presente real, verdadera y sustancialmente.
2.- Alma; A lo dicho al principio del párrafo anterior sobre la indivisibilidad del hombre, agregaremos que “alma” quiere decir en el pensamiento bíblico, EL HOMBRE EN CUANTO SER ANIMADO, INSUFLADO POR EL ALIENTO DIVINO y por lo tanto necesitado de una vida que no le pertenece sino que le viene de otro, creatura ontológicamente apetente de esa vida “Mi alma tiene sed de ti…” no significa algo así como <
3.-Espíritu; Aquí desde luego no hablamos del Espíritu Santo, sino del “espíritu humano” que una vez más, no es una parte inmortal e intangible del hombre, sino todo él en cuanto abierto a las mociones del Espíritu. Un hombre es “espíritu” si vive permanentemente atento y dócil a la conducción del Paráclito.
4.-Carne; En hebreo bíblico, significa el hombre en su dimensión de creatureidad cerrada sobre sí misma, asfixiada en sus propias categorías, egocéntrico y por lo tanto en cerrazón a los demás (así sobre todo en la teología de San Pablo). También puede significar simplemente pertenencia a un linaje o una especie (sea animal o humana).
5.- Resurrección; Sería una palabra que expresa un tipo de vida totalmente nuevo, inédito. No significa nunca revivificación de un cadáver que simplemente vuelve a la caducidad de la vida histórica. Estrictamente hablando, lo acontecido a Lázaro, o a la hija de Naín o a la viuda de Sarepta NO ES UNA RESURRECCIÓN. En la resurrección, es el hombre entero el que es llevado a la plenitud; Su ser relacional (cuerpo), su ser en apertura a lo trascendente (espíritu), su ser solidario con todo el género humano (carne) y su ser anhelante de vida definitiva (alma) serán transformadas y conducidas hacia una plenitud que escapa a nuestra comprensión pero que queda simbolizada y englobada en el término “resurrección”.
Por lo tanto, que quede bien claro: AL MORIR NO HAY UNA DISOCIACIÓN DE ELEMENTOS HUMANOS, NINGUNA SUPUESTA ALMA SE VA AL CIELO MIENTRAS EL CUERPO SE PUDRE (o se incinera, da lo mismo) ESPERANDO EN UN FUTURO SER SUJETO DE UNA ACCIÓN PORTENTOSA DE DIOS QUE EN UN IMPASE MÁGICO REUNIRÁ NUEVAMENTE LO QUE LA MUERTE CRUELMENTE UN DÍA SEPARÓ.
Es verdad que la Iglesia habla de juicio personal inmediato a la muerte (y por lo tanto de una resurrección inmediata) y de un juicio universal en el final de los tiempos (y por lo tanto de una resurrección final), pero no debemos entender esto como si la Iglesia enseñara dogmáticamente que en la muerte hay una especie de “medio resurrección” que solo atañe al alma y de una “resurrección total” que se daría cuando cuerpo y alma se reúnan finalmente. Más bien quiere decir que siendo el hombre un ser DEFINITIVA E IRRENUNCIABLEMENTE CARNAL (solidario indefectible con su género), LA RESURRECCIÓN CONOCE DOS “MOMENTOS” (desde el punto de vista de la temporalidad humana) En el momento de la muerte personal ya se entra en la única resurrección, pero esta no será plena hasta que “Dios sea todo en todas las cosas” y la comunión entre todos los hombres y con el cosmos sea lograda por Dios.
jueves, 9 de julio de 2009
¿HAY QUE ELEGIR ENTRE HUMANIDAD O DIVINIDAD?
¿HAY QUE ELEGIR ENTRE HUMANIDAD O DIVINIDAD?
Sobre el sentido de la encarnación del Verbo
Jorge Arévalo Nájera
No cabe duda que en ocasiones, saltan a la palestra de la reflexión teológica debates que en apariencia son nuevos pero que en realidad hunden sus raíces en los orígenes mismos del desentrañamiento sistemático del misterio revelado. La Cristología no podía ser la excepción y tal es el caso en la aparente oposición de dos perspectivas cristológicas: En la primera, se acentúa el camino obediencial de Jesús que le lleva a recibir del Padre la filiación (cristología ascendente) y en la segunda se hace hincapié en el camino de abajamiento del Hijo preexistente para después ser entronizado por el Padre (cristología descendente). Lo que simplemente son perspectivas cristológicas distintas (que se corresponden además con distintos estadios en la reflexión inspirada de la misma Iglesia) se convirtieron y se siguen convirtiendo en medios apologéticos al servicio de ideologías teológicas absolutizadas.
Para utilizar un ejemplo muy reciente y que ha levantado gran polémica en el mundo teológico, me permitiré analizar (en los puntos relacionados con la Encarnación) la notificación que la Congregación Para La Doctrina De La Fe ha emitido sobre las obras del P. Jon Sobrino: Jesucristo Liberador. Lectura Histórico-teológica de Jesús de Nazaret y La Fe en Jesucristo. Ensayo Desde Las Víctimas.
Aclaro desde ahora, que no comparto en su totalidad ni las tesis teológicas del P. Jon Sobrino ni las de la Congregación. En su momento presentaré lo que considero un intento serio por conciliar lo que se presenta como irreconciliable y que sospecho se debe a presupuestos epistemológicos erróneos en ambas posturas. Por ahora, presentaré sucintamente los puntos medulares de la Notificación.
En el apartado II de la citada Notificación, referente a la divinidad de Jesucristo, se hace notar que “Diversas afirmaciones del autor tienden a disminuir el alcance de los pasajes del Nuevo testamento que afirman que Jesús es Dios” y un ejemplo de tales afirmaciones es el comentario al texto de Jn 1,1, en donde el P. Sobrino dice textualmente: “Con el texto de Juan […] de ese logos no se dice todavía, en sentido estricto, que sea Dios (consustancial al Padre), pero de él se afirma que será muy importante para llegar a esta conclusión, su preexistencia , la cual no connota algo puramente temporal, sino que dice relación con la creación y relaciona al logos con la acción específica de la divinidad”. En pocas palabras, según Jon Sobrino, el nuevo Testamento no contiene afirmaciones explícitas de la divinidad de Jesús y solo contiene los presupuestos para que después la Iglesia desarrollara tales presupuestos, a lo cual la Congregación argumenta lo siguiente: “…la divinidad de Jesús, está claramente atestiguada en los pasajes del Nuevo Testamento a que nos hemos referido (Jn 20,28; 1,1). Las numerosas declaraciones conciliares en este sentido se encuentran en continuidad con cuanto en el Nuevo Testamento se afirma de manera explícita y no solamente “en germen”. La confesión de la divinidad de Jesucristo es un punto absolutamente esencial de la fe de la Iglesia desde sus orígenes y se halla atestiguada desde el Nuevo Testamento.” No es necesario detallar los argumentos que presenta la notificación para demostrar fehacientemente sino la falsedad, si al menos la parcialidad de las intuiciones teológicas del P. Sobrino, ya que fácilmente se puede acceder al documento de la Congregación (Por ejemplo en la página de Internet de talante católico Zenit) y profundizar en la argumentación. A mi parecer, el problema hasta aquí, es que de manera increíble (dada la probada capacidad y conocimientos teológicos del P. Sobrino) se le escapa al autor en cuestión una verdad con carácter dogmático en la Iglesia Católica: Las fuentes de la revelación son tanto la Palabra escrita (Biblia) como la Sagrada Tradición, y por lo tanto, el atestiguamiento de la fe en la divinidad de Jesús tiene que valorarse a la luz del conjunto de la revelación y no solamente en tal o cual texto de difícil interpretación, y es evidente que así vistas las cosas no es posible dudar que la Iglesia ha creído universalmente y constantemente en la naturaleza divina de Jesús.
Vayamos ahora al apartado III del documento, titulado La Encarnación del Hijo de Dios, en donde en el número 5 se cita textualmente al P. Sobrino: “Desde una perspectiva dogmática, debe afirmarse, y con toda radicalidad, que el Hijo (la segunda persona de la Trinidad) asume toda la realidad de Jesús, y aunque la fórmula dogmática nunca explica el hecho de ese ser afectado por lo humano, la tesis es radical. El Hijo experimenta la humanidad, la vida, el destino y la muerte de Jesús”. La Congregación interpreta el enunciado del autor en el sentido de una distinción entre el Hijo y Jesús que sugiere la presencia de dos sujetos en Cristo y no resulta claro que el Hijo es Jesús y que Jesús es el Hijo. En efecto, el dogma católico afirma la unicidad de la única persona del Verbo en las dos naturalezas, divina y humana y según el Concilio de Calcedonia, prohíbe poner en Cristo dos individuos, de modo que se pusiera junto al Verbo un cierto “hombre asumido” dueño de su total autonomía.
Pero aquí se presenta un problema, porque según el dogma, se puede y debe referir las propiedades de la divinidad a la humanidad y viceversa, así, en la notificación afirma que “esto se aplica en los dos sentidos, lo humano se predica de Dios y lo divino del hombre”, sin embargo, ¿que debe entenderse por “propiedades divinas” y “propiedades humanas”? Me parece que esto no resulta tan claro como lo propone el documento, pues las propiedades divinas a las que se hace alusión con la expresión “lo divino ilimitado” y que no pueden ser otras que las clásicas de la escolástica: Omnipotencia, omnisciencia etc., tal y como son entendidas generalmente (desde una mentalidad filosófica de cuño griego y platónico-aristotélico) evidentemente no pueden ser atribuidas sin más a la persona del Jesús histórico (aunque éste sea según el dogma, perfectamente Dios) y la razón estriba precisamente en el misterio de la encarnación.
A mi entender, el documento refleja una artificiosa contienda entre dos posturas teológicas; por un lado pareciera que el P. Sobrino optara preferencialmente por la humanidad de Jesús en detrimento de su divinidad y por otro lado, la Congregación refleja una postura teológica que (sin proponérselo concientemente) reafirma la divinidad por sobre la humanidad. Formulado de otra manera al principio de este comentario, es el añejo problema de la cristología ascendente contra la cristología descendente, el hombre que la Iglesia convirtió en Dios contra el Dios que se hizo hombre, lo que obliga a tomar postura ante estas dos perspectivas teológicas, como si no hubiera ninguna otra posibilidad. Sin embargo, a mi entender existe un horizonte de comprensión alternativo que toma elementos de ambas perspectivas, los conjuga y elabora una tesis de síntesis teológica. Desde luego que para lograr esto, es necesario establecer primero unos principios epistemológicos que no siempre son tomados en cuenta suficientemente al hacer teología sobre el tema que estamos tratando.
En primer lugar, es decisivo en la labor teológica partir de la revelación y esto significa dejar que sea el dato revelado quien hable y no hacerle decir lo que se quiere basado en un prejuicio dogmático. Así, cuando hablamos de los “atributos divinos” debemos partir de lo que la Biblia dice al respecto y no lo que Platón o Aristóteles dedujeron en sus sofisticadas elucubraciones filosóficas por interesantes que parezcan. Esto, que a simple vista pudiera parecer demasiado obvio, no está del todo superado en la reflexión teológica católica. Es cierto que somos hijos de la cultura griega y que actualmente nuestras herramientas interpretativas para descifrar la realidad son de este cuño y no pretendo decir que renunciemos del todo a nuestra mentalidad a la hora de acercarnos a los textos bíblicos, pero antes de actualizar el mensaje de los mismos (dimensión hermenéutica) y expresarlo con nuestras categorías, es menester sumergirnos en la mentalidad y formas expresivas de la cultura bíblica si es que queremos realmente captar en esencia la teología reveladora que Dios quiere comunicarnos.
En este sentido, la imagen de Dios que se desprende de la Biblia está muy, pero muy alejada de la figura de las divinidades que concibe la mente griega, en la que “Dios” se representa con una perfección absoluta carente de pasiones, incapaz de relacionarse con los hombres por lo que permanece en su supramundo alejado de sus criaturas. En cambio, en la imaginería bíblica, Dios es celoso, se encoleriza, ama hasta el paroxismo de la entrega en la cruz e implora, mendiga el amor del hombre tocando a las puertas de su corazón anhelando que un día por fin le abra. Los tan cacareados “atributos” de Dios parecen tambalearse ante estas imágenes llenas de dramatismo: ¿omnipotencia? ¡Si ni siquiera logra convencer de una vez por todas a su criatura de que acate sus enseñanzas y el mal en el mundo grita que es mentira! ¿Conocedor de todo? ¡Entonces la libertad humana y su libre albedrío son una patraña absurda! A mi entender, tratar de defender los “atributos” divinos a toda costa, provoca más problemas de los que puede resolver.
¿O será acaso que la imposible teodicea deba atribuirse a una falsa imagen de Dios, al que le atribuimos características inexistentes fruto de una teología natural y no de una teología del dato revelado? Cuánto bien nos haría dejarnos de elucubraciones y ponernos a hacer teología desde lo que Dios mismo ha revelado de su misterio, del hombre y del cosmos, así como de su plan salvífico revelado en la historia del Israel primero y del Israel definitivo (La Iglesia). ¡Pero cuan difícil resulta al creyente de todos los tiempos aceptar al Dios revelado! Preferimos montar sobre él nuestras propias proyecciones psicológicas e ideológicas y acabamos haciéndonos un “dios” a nuestra imagen y semejanza. Y es que el Dios de la Biblia no se corresponde con los códigos éticos y morales con los que construimos nuestro mundo.
En segundo lugar, Dios se ha revelado de manera perfecta y definitiva en el Verbo encarnado, es decir Jesús de Nazaret, de tal modo que desde la encarnación, el rostro del Padre solo puede ser mirado en el del Hijo: “¿Tanto tiempo me has visto, Felipe y dices muéstranos al Padre?” De aquí se sigue que toda teología para ser cristiana tiene que ser cristología, es decir que de Dios solo puede decirse lo que en el Hijo se revela. En el rabino galileo (y éste es el escándalo mayúsculo del cristianismo) no se “oculta” Dios, es él quien habla, cura, camina, expulsa demonios y llora por su amigo muerto, solo que lo hace encarnado. Pero esto no significa una renuncia a lo divino, un abandono “temporal” de su divinidad para ser solamente un hombre, pero si significa que se ha hecho historia y contingencia, precariedad y posibilidad de equivocarse (a nivel de todo lo que implica un necesario conocimiento humano, no me refiero a la esencia del proyecto de la salvación), renuncia al conocimiento inmediato de todo lo real para abrazar el fatigoso proceso cognoscitivo mediante el cual el hombre se va conociendo a sí mismo. A esto se le llama “abajamiento”, “anonadamiento”, “kénosis”, “hacerse en todo semejante a los hombres menos en el pecado”. La encarnación va en serio, no es una charada ni una tomadura de pelo, el Hijo ha asumido una condición única en la que sin dejar de ser de naturaleza divina es también de naturaleza humana. Resulta evidente que bajo esta perspectiva no es necesario optar excluyentemente por una u otra naturaleza del Verbo encarnado. Resulta claro que tanto el P. Sobrino (y con él toda una escuela teológica) como la Congregación parten del mismo erróneo presupuesto: Una determinada concepción filosófica de Dios que es producto de la disertación de la mente humana y no del dato revelado y así las cosas, es imposible conciliar ambas posturas y la censura por parte de quien detenta el poder es la consecuencia lógica.
Todo lo anterior sirva como presupuesto para entender la postura teológica que propongo: Para hacer justicia al dogma cristológico de la hipóstasis (unión perfecta y sin división de las dos naturalezas en la única persona del Verbo) no puede preferirse (a no ser por motivos metodológicos en la catequesis) ni la divinidad ni la humanidad, ambas se iluminan mutuamente, de modo que la divinidad se entiende como encarnada y la humanidad se entiende como divinizada. Esto también tiene repercusiones en la espiritualidad cristiana y no solo en el nivel meramente de la intelectualidad del dogma.
En el fondo, optar por reducir a Jesús a su humanidad (aunque no se haga doctrinalmente, si que es muy común hacerlo en la práctica de la fe) significa para muchos cristianos “acercar” a Jesús, hacerlo más accesible y por lo tanto facilitar el discipulado: “Si es un hombre como yo, entonces puedo seguirlo, entonces es posible el Evangelio”. Sin embargo, creo que si consideramos en serio la encarnación, entonces no es necesario renunciar o demeritar la divinidad de Jesús. El divino Maestro nos salva tanto por su humanidad (todos los hombres somos asumidos en su naturaleza humana) como por su divinidad (solo Dios puede salvar). El discípulo puede seguir a Jesús tanto porque es un hombre (y sus gestas son humanas y por lo tanto realizables por los hombres) como porque solo Dios puede capacitar al hombre para abrazar la propuesta evangélica y asociarse a la economía salvífica del Padre.
miércoles, 8 de julio de 2009

Tras Los Pasos de Jesús, pretende ser un espacio de diálogo fraterno, incluyente y tolerante, abierto a todas las posturas y opiniones acerca de la impactante personalidad de Jesús de Nazaret. En lo particular, profeso la fe cristiana dentro de la Religión Catolica, y haciendo honor a la palabra católico,
Bienvenidos sean pues... y que Dios guíe nuestro compartir.
Jorge Arévalo.